Cuando la Ley de Igualdad Efectiva entre Mujeres y Hombres se ratificó en el Congreso, hubo una explosión de reacciones. El debate sobre la idoneidad de los preceptos de la norma para alcanzar una sociedad donde el género se reduce a una anécdota se quedó amordazado dentro del hemiciclo.
Aquel 16 de marzo, lo que importaba era el traje de fiesta. Vender a la
opinión pública que España seguía progresando y consolidando un sistema de
libertades. Importaba más el envoltorio que el contenido de la propia
ley.
El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, recibía
las felicitaciones de los diputados afines a su partido y docenas de periodistas
recogían la instantánea de la que más tarde fue bautizada como la “era de la
igualdad de oportunidades” entre las personas, a las que insistentemente la ley
divide entre “hombres” y “mujeres”. Y hasta aquí la euforia.
Casi
cuatro meses después de la entrada en vigor de la norma, cuando aún rezuman las
palabras de Zapatero acerca de su hija legislativa predilecta –“cambiará a la
sociedad para bien, radicalmente y para siempre”, dijo el presidente–, el traje
normativo ha perdido apresto, e incluso color. La obligatoriedad de que las
empresas de más de 250 trabajadores negocien planes de igualdad, una de las
medidas que inaugura la ley como medio, y no remedio, para propiciar la
presencia femenina en el ámbito empresarial, ha quedado reducida a una mera
carta de intenciones.
El Gobierno alega que hace falta tiempo antes de
que las sociedades perciban la necesidad de cumplir este precepto –y las
correspondientes sanciones–, una cuestión que, por ahora, no inquieta a las
grandes firmas, preocupadas más por que sus plantillas prosperen por talento
propio y no por cupos de ningún sesgo.
Tras el furor de los permisos de
paternidad, que ya han solicitado 50.000 hombres, todo apunta a que la fiesta
paritaria está de capa caída. El Gobierno busca ahora cerrar un acuerdo con los
agentes sociales que le ayuden a repensar cuáles son las obligaciones que
entraña un plan de Igualdad, condición sine qua non para exigirlo. Después de la
fiesta ha llegado la hora del pragmatismo.
© 2007. Madrid. Unidad Editorial
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